Cuando era pequeño salía al pasaje fuera de mi casa a jugar con una cajita de jugo, alguna botella de bebida o hasta con alguna piedra para así empezar a jugar un deporte que me marcaría de por vida. En muchas ocasiones faltaba un balón o arcos, pero lo que nunca faltaba eran las ganas y los amigos para jugar el deporte más lindo del mundo.
Mucha gente lo ve como un deporte normal, obviamente siempre popular, es imposible que por ejemplo un jugador de basquetball o de tenis diga que el fútbol no es el deporte más popular y apasionado que hay, si lo hace, desde mi punto de vista está totalmente equivocado.
El fútbol no es solo un partido de once jugadores donde deben meter la pelota en cada arco para ganar un partido, si no que es mucho más que eso, es las pasión que se vive dentro y fuera de la cancha, es la emoción de ver a tu equipo pisar el césped y cantar hasta que la voz se te rompa.
El primer día que fui a un estadio nunca me imagine ni esperé lo que estaría por suceder, no me importó el equipo al cual iba a ver, tampoco si ganaba o perdía, yo primero me fijé en la gente, gritando, saltando, aplaudiendo hasta no poder más. La alegría que provocaba al momento de que alguien convertía un gol es algo que paraliza al mundo entero.
Cuando vemos a nuestro equipo del cual somos fanáticos, es una sensación de placer, alegría, pasión y emoción, valores que este deporte me a entregado por montones y que sin duda le estaré muy agradecido por haberme enseñado que un deporte no solamente es un juego, si no que también una forma de vida y una gran razón para ser feliz.